martes, 26 de septiembre de 2023

Descripción - Viaje al centro de la tierra

Julio Verne

 VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA





Texto liberado PDF - https://biblioteca.org.ar/libros/150001.pdf

Fotograma de la película de 1959

Añádase a esto que mi tío era conservador del museo mineralógico del señor Struve, el embajador de Rusia: una magnífica colección de fama europea. 

Tal era el personaje que me interpelaba con tanta impaciencia. Imaginaos un hombre alto, enjuto, con una salud de hierro y de un rubio juvenil que le quitaba diez buenos años a los cincuenta que tenía. Sus grandes ojos giraban sin cesar detrás de unas gafas considerables; su nariz, larga y delgada, parecía una hoja afilada; los maliciosos pretendían incluso que estaba imantada y que atraía las limaduras de hierro. Pura calumnia: sólo atraía el tabaco, pero en gran abundancia, a decir verdad.

Cuando haya añadido que mi tío daba pasos matemáticos de media legua y que al caminar mantenía sus puños sólidamente cerrados, señal de un temperamento impetuoso, se le conocerá lo bastante para no sentir afición por su compañía. Vivía en su casita de Königstrasse, morada mitad de madera, mitad de ladrillo, rematada en un frontispicio almenado; daba a uno de esos sinuosos canales que se cruzan en medio del barrio más antiguo de Hamburgo, que respetó afortunadamente el incendio de 1842.


La vieja casa se inclinaba un poco, cierto, y tendía el vientre hacia los transeúntes; tenía inclinado su techo sobre la oreja, como la gorra de un estudiante de la Tugendbund y la verticalidad de sus líneas dejaba que desear; pero, en resumidas cuentas, se mantenía bien gracias a un viejo olmo vigorosamente encastrado en la fachada, que en primavera echaba sus brotes en flor a través de los cristales de las ventanas.

Variaciones de estilo - Queneau

 

Variaciones de estilo - Queneau



https://www.doctorojiplatico.com/2013/02/raymond-queneau-ejercicios-de-estilo.html


http://www.agujademarear.com/2008/07/los-ejercicios-de-estilo-de-raymond.html

El tiempo narrativo

 Verne - La vuelta al mundo en 80 días




Aquella noche, los cinco colegas del caballero estaban reunidos, nueve horas hacía en el salón del Reform Club. Los dos banqueros John Sullivan y Samuel Fallentin, el ingeniero Andrés Stuart, Gualterio Ralph, administrador del Banco de Inglaterra, el cervecero Tomás Flanagan, todos aguardaban con ansiedad. En el momento en que el reloj del gran salón señaló las ocho y veinticinco, Andrés Stuart, levantándose dijo: —Señores, dentro de veinte minutos, el plazo convenido con el señor Fogg habrá expirado. —¿A qué hora llegó el último tren de Liverpool? —preguntó Tomás Flanagan.

—A las siete y veintitrés —respondió Gualterio Ralph—, y el tren siguiente no llega hasta las doce y diez. —Pues bien, señores —repuso Andrés Stuart—, si Phileas Fogg hubiese llegado en el tren de las siete y veintitrés, ya estaría aquí. Podemos, pues, considerar la apuesta como ganada. —Aguardemos, y no decidamos —respondió Samuel Fallentin—. Ya sabéis que nuestro colega es un excéntrico de primer orden, su exactitud en todo es bien conocida. Nunca llega tarde ni temprano, y no me sorprendería verlo aparecer aquí en el último momento. —Pues yo —dijo Andrés Stuart, tan nervioso como siempre—, lo vería y no lo creería. —En efecto —repuso Tomás Flanagan—, el proyecto de Phileas Fogg era insensato. Cualquiera que fuese su exactitud, no podía impedir atrasos inevitables, y una pérdida de dos o tres días basta para comprometer su viaje. —Observaréis, además —añadió John Sullivan— que no hemos recibido noticia ninguna de nuestro colega, y sin embargo, no faltan alambres telegráficos por su camino. —¡Ha perdido, señores —repuso Andrés Stuart—, ha perdido sin remedio! Ya sabéis que el China, único vapor de Nueva York que ha podido tomar para llegar a Liverpool a tiempo, ha llegado ayer. Ahora bien; aquí está la lista de los pasajeros, publicada por la Shipping Gazette, y no figura entre ellos Phileas Fogg. Admitiendo las probabilidades más favorables, nuestro colega está apenas en América. Calculo en veinte días, por lo menos, el atraso que traerá sobre el plazo convenido, y el viejo lord Albermale perderá también sus cinco mil libras. —Es evidente —respondió Gualterio Ralph—, y mañana no tendremos más que presentar en casa de Baring Hermanos el cheque del señor Fogg. En aquel momento, el reloj del salón señalaba las ocho y cuarenta. —Aún faltan cinco minutos —dijo Andrés Stuart. Los cinco colegas se miraban. Hubiera podido creerse que los latidos de sus corazones experimentaban cierta aceleración, porque al fin la partida era fuerte. Pero lo quisieron disimular, porque, a propuesta de Samuel Fallentin, tomaron asiento en una mesa de juego. —¡No daría mi parte de cuatro mil libras en la apuesta —dijo Andrés Stuart sentándose—, aun cuando me ofrecieran tres mil novecientas noventa y nueve! La manecilla señalaba entonces las ocho y cuarenta y dos minutos. Los jugadores habían tomado las cartas, pero a cada momento su mirada se fijaba en el reloj. Se puede asegurar que, cualquiera que fuese su seguridad, nunca les habían parecido tan largos los minutos. —Las ocho y cuarenta y tres —dijo Tomás Flanagan, cortando la baraja que le presentaba Gualterio Ralph. Hubo un momento de silencio. El vasto salón del club estaba tranquilo; pero afuera se oía la algazara de la muchedumbre, dominada algunas veces por agudos gritos. El péndulo batía los segundos con seguridad matemática. Cada jugador podía contar con las divisiones sexagesimales que herían su oído. —¡Las ocho y cuarenta y cuatro! —dijo John Sullivan, con una voz que descubría una emoción involuntaria.



Un minuto nada más, y la apuesta estaba ganada. Andrés Stuart y sus compañeros ya no jugaban. ¡Habían abandonado las cartas y contaban los segundos! A los cuarenta segundos, nada. ¡A los cincuenta nada tampoco! A los cincuenta y cinco se oyó fuera un estrépito atronador, aplausos, vítores, y hasta imprecaciones que prolongaron en redoble continuo. Los jugadores se levantaron. A los cincuenta y siete segundos, la puerta del salón se abrió, y no había batido el péndulo los sesenta segundos, cuando Phileas Fogg aparecía seguido de una multitud delirante, que había forzado la puerta del Club, y con voz calmosa, dijo: —Aquí estoy, señores.

PRESENTACIÓN

 

¿Qué hay de nuevo?

Un saludo a todos y a todas, esta será nuestra plataforma de lanzamiento para que accedáis a diferentes contenidos del universo lingüístico y literario. Espero un viaje apacible y lleno de descubrimientos,- no todos los días podemos viajar al universo de las letras- visitaremos diferentes planetas, conoceremos habitantes extraños, viajeros galácticos y  bordearemos algún agujero negro.
Buen viaje aventureros.

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